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La plaza inclinada. Presentación de Adicta imagen

La plaza inclinada. Presentación de Adicta imagen

La plaza inclinada
Presentación de Adicta imagen, de Alejandra Castillo

Por Luis Ignacio García

Mi plaza está viva y colorea
es la Guernica sudaca del sur

Carmen Berenguer, Plaza de la dignidad

 

Escribo esto a las apuradas. Entre el vértigo del teletrabajo y el frenesí de una América Latina que no da aliento. El libro de Alejandra es una extraña, una tensa pausa, una reflexión sobre este tiempo fuera de quicio, en el que se diputan nuestros cuerpos la temporalidad vaciada de las pantallas del capital y la temporalidad densa de la revuelta. Su libro es un plano inclinado entre ambas temporalidades, que además precisa que esa inclinación es feminista. Es más, para Alejandra, esa inclinación es el feminismo. El libro no pretende ser refugio respecto a la violencia en curso, sino desvío parasitador de esta humanidad anestesiada, paradójicamente, a través del sobrestímulo de las imágenes técnicas.

Escribo, además, desde el plano inclinado de este otro lado de la cordillera, en el que las imágenes políticas se han mostrado en estos días como triste instrumento de las pedagogías de la crueldad. Alejandra dice que la imagen circunscribe lo que cuenta como sujeto en un tiempo político. Y entre ayer y hoy hemos asistido en la Argentina a la proliferación de imágenes cuya función claramente apuntaba a determinar qué cuenta como sujeto en la actual coyuntura, atravesada por las contradicciones de un gobierno popular bajo las presiones de la pandemia, es decir, bajo la exacerbación de los poderes fácticos de siempre. Imágenes tomadas en los terrenos ocupados por los más débiles, por los más vulnerables, terrenos de una ciudad cuyo nombre resuena tan intensamente en la historia del arte de vanguardia como en la de los frentes antifascistas: Guernica.

Por eso resulta tan oportuna e involuntariamente irónica la lectura del poemario de Carmen Berenguer, La plaza de la dignidad, que se presentara hace días, en el aniversario del 18 de octubre chileno, y que utilizara esta imagen de sufrimiento e integridad popular para hablar de esa plaza que insiste con la frente en alto, que se resignifica en una batalla desigual por los símbolos colectivos, que se renombra, que colorea sus monumentos, que, para decirlo con Alejandra, altera su régimen de imágenes y de cuerpos. Una Guernica sudaca y barrioca, nos dice Berenguer, es decir, ajena a toda lógica sacrificial, una historia de hostigamiento y desolación que, sin embargo, altera sus archivos para dar lugar a otros cuerpos, esos que no quieren ser desalojados, nunca más. ¿Cuántas Guernicas serán necesarias para que abramos las grandes alamedas argentinas?

Dije 18 de octubre, que aquí suena a 17, y que en todas partes sabe a Octubre, que concentra en la densidad de estos días los tiempos de las revueltas y de las plazas, de los padeceres y sus desvíos, de la torsión de las violencias, de la represión y de la dignidad rebelde. Tiempos apocalípticos, dice Alejandra, tiempos del fin de los tiempos, pero también, como señala la etimología del apocalipsis, tiempos de revelación, tiempos de cartas sobre la mesa, de derechas desbocadas sin disimulo, pero también de revueltas impensadas, de imágenes totalmente insospechadas: ¿quién hubiera pensado que, aún bajo la presión de la pandemia, se votaría, por casi un 80%, el fin de la constitución de Pinochet?

Quizás por eso Alejandra elige el territorio ambiguo de la imagen para pensar este tiempo crítico. La imagen, nos dice, es phármakon, es decir, a la vez veneno y medicina. El libro traza el movimiento farmacológico de inicio a fin: desde el diagnóstico de nuestra enfermedad ocularcéntrica hacia la terapia visual de las imágenes desviadas del archivo feminista latinoamericano en construcción.

Porque la imagen es hoy, antes que nada, la gran protagonista de la captura masiva de nuestra voluntad en favor del capital. Las máquinas de extracción las tenemos en nuestros bolsillos, en nuestros escritorios. Estamos transmitiendo este mismo acto en una de ellas. Vivimos atadxs a la servidumbre voluntaria de la conectividad permanente y su promesa de felicidad inmediata. Es en las pantallas en las que se produce esa extraña alquimia de “movilización total” de nuestro cuerpo, nuestros afectos y nuestra inteligencia, a la vez que la anestésica más eficaz, la embriaguez narcótica del scrolling. Alejandra podría haber escrito: el scrolling como plegaria de la religión capitalista.

Pero como bien construye toda una primera parte del libro de Alejandra, esta complicidad entre imagen y poder no es nueva, sino que se remonta al régimen escópico de la modernidad, y, más allá, al “ocularcentrismo” que signa toda la tradición de occidente: la verticalidad de la luz que impone su imperio de visibilidad y desplaza toda opacidad a los márgenes de lo invisible, de lo desalojad. Allí tenemos la plaza recta, la Plaza Baquedano, masculina, ecuestre, vertical, erecta.

De allí que toda una segunda zona del libro de Alejandra trace los rasgos fundamentales del archivo del cuerpo y de la imagen en América Latina, donde este ocularcentrismo occidental se replica en un dispositivo de género puesto en función de la construcción de la modernidad latinoamericana como república masculina.

Y es allí, en el diagnóstico de esta modernidad masculinista, que se comienza a filtrar el centro desviado del libro, su punctum, ese libro que no deja de no escribirse en todos los libros de Alejandra: la afirmación del feminismo de la disidencia como la máquina más poderosa de alteración del archivo corpo-político latinoamericano.

Todo buen libro de crítica es a la vez dos libros: el libro visible, que habla de ciertos asuntos y plantea ciertos problemas (en este caso, el lugar de la imagen en las formas contemporáneas del poder y la resistencia), y el libro invisible, infinito, hecho de todos esos libros que podrían escribirse con la máquina de lectura que el libro visible propone. En Alejandra ese libro invisible, infinito, es la postulación del feminismo como lectura oblicua de la letra, el cuerpo y el archivo latinoamericano.

Nos dice: “Pensar la política en vistas de su transformación implica pensar la imagen en lo que altera (…). Desconfiar de la imagen operativa (recta) es optar, es trabajar en el desvío, la opacidad y la oblicuidad de las imágenes cuya producción obedece siempre a una intención política de alteración.”

El feminismo, para Alejandra, no es la política de mujeres, sino la política de alteración que rompe con el dos de la diferencia sexual y se sostiene en la proliferación mutante de sexualidades del artificio, de parafilias sin rumbo, de géneros sin origen ni finalidad. “El feminismo no es un humanismo” ha escrito muchas veces Alejandra. En este texto eso significa: el feminismo es un materialismo del clinamen, es una política anarco-barroca de la inclinación y el desvío.

De allí que los últimos capítulos del libro interroguen las formas de un régimen escópico alterado, ajeno al ocularcentrismo occidental y patriarcal de la modernidad latinoamericana. Capítulos que piensan junto a, y a través de, artistas disidentes y feministas que muestran el carácter siempre artefactual, protésico, travesti y barroco de la imagen latinoamericana de la revuelta en curso. Quizás por eso el centro del libro se encuentre al final, en el momento del pase, en el instante fugaz de quien se baja de un tren en marcha: Imagen inclinada, se llama el último capítulo. Esa es la imagen del feminismo, y la imagen feminista que ofrece este libro para combatir el espectáculo integrado de las redes contemporáneas.

La plaza de Alejandra es, entonces, una plaza inclinada, oblicua, es una plaza que se lee en los reenvíos incesantes de letras, cuerpos y archivos en desvío recíproco, ese es plano inclinado en el que se rompe la cuenta de dos de la humanidad patriarcal, colonial y capitalista. La plaza de Alejandra parte de los estigmas de la violencia para redirigirla contra la reproducción de la rectitud y la exclusión de cuerpos de lo común. La inclinación, la lectura oblicua, es en este libro la praxis del feminismo disidente latinoamericano.

Es en su alquimia, es en su torsión, que Guernica puede volverse cuerpo sudaca de la revuelta, y no sólo archivo del modernismo europeo, territorio de la dignidad que se afirma y no sólo testimonio del sufrimiento que se denuncia. Es en la alteración de la revuelta feminista que Guernica, todas las Guernicas, prometen volverse la plaza inclinada de la dignidad.

De nuevo, Carmen Berenguer:

 

Lo viví:

las llamas rodearon mi plaza
se llama Dignidad!
Hay un panfleto que habla de la ira
que se convierte en rabia y la rabia en rebeldía
lo vamos a quemar todo!
Y usaron acelerante y saltaban las chispas donde vivo
fue extremo!
Mi plaza esta viva y colorea
es la guernica sudaca  del sur
Es bronx en la acera sur del continente
Es mi barrioco donde escribo
El día que dejaron ciego a un joven luchador en esta plaza.

Córdoba, 30 de octubre de 2020

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