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Idoia Quintana Domínguez, Presentación de Un virus demasiado humano, de Jean-Luc Nancy, 16/12/2020

Idoia Quintana Domínguez, Presentación de Un virus demasiado humano, de Jean-Luc Nancy, 16/12/2020

Presentación de Un virus demasiado humano, de Jean-Luc Nancy, 16/12/2020
Idoia Quintana Domínguez

Un virus demasiado humano. Este libro, que reúne las reflexiones de Nancy difundidas en diversos medios entre marzo y junio de este año, nos retrotrae a los primeros meses después de que se decretase la pandemia. Apenas hemos ganado algo de perspectiva respecto a esos momentos de desconcierto. Fue entonces cuando la casi detención de la maquinaria económica global dio lugar a una proliferación de discursos alentada por lo que hasta ese momento hubiese sido difícilmente imaginable. Esa interrupción marcaba una ruptura que por muchos fue percibida como el disparador de un cambio de rumbo de la historia que nos conduciría hacia otros horizontes, ya fuesen estos prometedores o apocalípticos.

Volviendo a esos textos de Nancy, me parece que algo que caracteriza y distingue sus reflexiones es que no vaticina tales horizontes, sino que, por el contrario, subraya que esta realidad inédita pone a prueba nuestras seguridades, confianzas y esquemas tanto de presente como de futuro, no solo en lo que imponen de cálculo sobre la realidad, sino también en lo que aportan de predecibilidad. En este sentido, el “diagnóstico”, la “operación” y el “aliento” que nos encontramos en los textos de Nancy nos orientan de otro modo o hacia otro lugar.

Para mostrar lo que me parece que es el diagnóstico y la operación que realiza Nancy, y para llegar a formular al final de esta breve intervención una pregunta sobre el “aliento” o el “soplo”, me detendré en la manera en la que Nancy caracteriza el impacto del virus. Podemos leer: el virus es ante todo un síntoma, un relevador, incluso un acelerador. Todos estos términos parecen indicar que el virus no es en sí mismo principio u origen de esta crisis –que por lo tanto, no sería una crisis solamente sanitaria-, ni que su posible desaparición vaya a constituir su final o conclusión. La crisis sanitaria formaría parte de una trama más compleja en la que ha quedado enredada. El virus es síntoma de una enfermedad más grave o de una patología más profunda que lleva tiempo padeciéndose, una crisis que afecta al principio mismo de la civilización –“llamémosla tecnocapitalista” (p. 25), dice Nancy-, que se define por ser una “extensión ilimitada del libre uso de todas las fuerzas disponibles, naturales y humanas, con miras a una producción que no tiene ya otra finalidad que ella misma y su propio poder” (p. 39). Una mecánica de fuerzas técnicas y económicas, dominadoras y que se quieren omnipotentes, donde la equivalencia mercantil desemboca en una crueldad delirante.

El virus es por ello síntoma, revelador y acelerador de una enfermedad que es endógena, es decir, producida por una causa interna. La Covid-19, lo sabemos, no permite como en otros tiempos de pandemias referirla a un castigo divino, sino que proviene de nuestras propias condiciones de producción, de dominación y de consumo. Seguramente de ahí procede el título del libro. No es un castigo divino, sino que es fruto de la fuerza autodestructiva de “lo humano”. Que se remita a “lo humano” significa que no hay un principio justificador o explicativo trascendente, lo que nos deja sin una respuesta de carácter teológico que proporcione garantías. Algo que, por otra parte, ocurrió en el mismo momento en que apareció la filosofía y la política, solo posibles cuando falta ese fundamento. Pero tampoco esas garantías o programas son ofrecidas hoy por los saberes científicos, por la política, la filosofía o la moral. Y no se vislumbra en el horizonte, insiste Nancy, ninguna convicción de remplazo. Puede haber un tratamiento que consista en cuestionar el modelo de crecimiento y que implicaría un desplazamiento de nuestros algoritmos, pero, afirma, “nada muestra que pueda ser para que sople otro espíritu” (p. 14).

Llevados fuera de los referentes y seguridades, el coronavirus pone ante nosotros la muerte: “lo impensable y lo desconocido por excelencia” (p. 89). Quizá, afirma Nancy, “nada dé un fundamento más claro a la igualdad que la mortalidad” (p. 31). Y al mismo tiempo, nada muestra de un modo más evidente las desigualdades vertiginosas de las desiguales condiciones de vida. Citando a Marx, Nancy rescata la noción de propiedad individual, diferente de la de propiedad privada, como aquello que señala hacia lo inconmensurable o a un valor del individuo que no se mide de ninguna manera. En otros textos, Nancy también emprende una reflexión sobre la noción de libertad y de autodeterminación del sujeto donde se cuestiona la noción estructurante de la propiedad y de lo propio. Concluye que “probablemente no tengamos experiencia más íntima que la de una impropiedad. […] Lo que es propio […] jamás lo es” (p. 39). Hay un valor incalculable, un sentido infinito en lo finito, mientras que, por otra parte, está el cálculo que corta el aliento. “El espíritu se sofocó en el cómputo. Tenemos que volver a aprender a respirar” (pp. 25-26).

Mi pregunta, por concretarla en algo preciso, señalaría a algo que cierra algunos de los textos reunidos en este volumen y que aparece en otros de manera más o menos central: se trata de una alusión al espíritu. Un espíritu que en ocasiones aparece refiriéndose a Marx y a la idea de un mundo privado de espíritu. Pero también, como acabo de citar, de un espíritu como aliento o como soplo (pneuma), como una respiración que ciertamente se vuelve metáfora de un aliento que queda ahogado por el cálculo y que precisamente es aquello que queda malogrado por el virus. Incluso yendo más lejos, esta nueva respiración pone nombre a la revolución: una revolución del espíritu frente a un principio de equivalencia general. Aunque no creo que este término haya surgido específicamente en el contexto de la pandemia, mi pregunta sería: teniendo en cuenta las complejidades que presenta, aunque solo sea por su larga tradición como concepto filosófico, ¿en qué sentido y para qué sentido has adoptado el término de “espíritu”? Tengo la impresión de que ocupa un lugar importante…

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