fbpx

Daniel Alvaro, “Presentación de Un virus demasiado humano, de Jean-Luc Nancy”, 16/12/2020

Daniel Alvaro, “Presentación de Un virus demasiado humano, de Jean-Luc Nancy”, 16/12/2020

“Presentación de Un virus demasiado humano, de Jean-Luc Nancy”, 16/12/2020
Daniel Alvaro

La lectura de tu libro, Un virus demasiado humano, me hizo pensar en la importancia de una figura que se repite discretamente, pero con insistencia, en tus publicaciones de las últimas décadas. Me refiero a la figura, o quizás habría que decir al concepto, de la “autodestrucción”. Recuerdo que en un texto importante de los años ’90, titulado “Cum”, hablabas de la capacidad autodestructiva de la humanidad relacionada con las experiencias totalitarias europeas que se llevaron a cabo en nombre de la comunidad. En trabajos posteriores, como por ejemplo La creación del mundo, empezó a quedar claro que tu inquietud por la autodestrucción humana ya no estaba acotada a Europa, ni siquiera a Occidente, sino que se dirigía al mundo mundializado o globalizado donde justamente cada vez resulta más difícil distinguir entre lo que solía llamarse la civilización occidental y el resto de las civilizaciones.

Visto en retrospectiva, tu pensamiento sobre esta cuestión parece adoptar la forma de una inmensa paradoja que podría enunciarse del siguiente modo: la auto-afirmación de la voluntad y de la potencia sin límites arrastra consigo la auto-destrucción de la humanidad. En la medida en que la voluntad y la potencia quedan libradas a su propio despliegue ilimitado, como sucede en la época contemporánea, dominada por el nihilismo y la economía capitalista, la auto-afirmación y la auto-destrucción de lo humano se encadenan una con otra.

En Un virus demasiado humano retomás la noción de autodestrucción, pero en esta ocasión para reflexionar sobre las condiciones sociales, económicas, técnicas y políticas que desembocaron en la pandemia de COVID-19. Lo que en textos anteriores tal vez podía leerse como parte de una reflexión general sobre el devenir humano en un mundo sin horizonte a la vista, en este libro aparece como un interrogante específico, localizado en el espacio y en el tiempo, y sobre todo expresado de forma más decisiva o definitiva, de forma más urgente y al mismo tiempo más sombría.

Para decirlo de la manera más económica posible, entiendo que para vos el virus es un indicio del estado extremadamente frágil de nuestra condición existencial. En uno de los pasajes más impactantes del libro, hacia el final del Prefacio, escribís que la pandemia de COVID-19 es “el síntoma de una enfermedad […] que alcanza a la humanidad en su respiración esencial”. Me permito citar las palabras finales del Prefacio: “Es posible que el síntoma requiera actuar sobre la patología profunda y que debamos ponernos en búsqueda de una vacuna contra el éxito y la dominación de la autodestrucción. También es posible que a este síntoma le sucedan otros hasta la inflamación y extinción de los órganos vitales. Esto significaría que la vida humana, como toda vida, llega a su término”.

De acuerdo con este diagnóstico, mi impresión es que como humanidad estamos ante una disyuntiva extrema: o bien enfrentamos el tecnocapitalismo para darle a nuestras sociedades otra razón de ser que la acumulación de capital, o bien dejamos todo como está y empezamos hacernos a la idea de que la especie humana se encamina a su propia extinción.

Creo que para entender el alcance de todo lo que se juega en semejante disyuntiva, primero hay que reconocer el carácter humano, demasiado humano de este virus y de todas las enfermedades que pueden terminar con nuestra vida como humanidad. Por estos días comenzó la vacunación masiva en varios países del mundo. Lo que en principio es una buena noticia. Sin embargo, no hay que perder de vista que se trata de una solución parcial y provisoria. No basta con tratar el síntoma, hay que tratar también el problema que lo genera. Ahora bien, la enorme dificultad de todo este planteo consiste en entender que el problema somos nosotros mismos. Somos nosotros quienes, a través de un largo proceso histórico, a través de los siglos y las generaciones, nos condujimos a nuestro propio callejón sin salida. Son nuestras condiciones de trabajo, de salud, de alimentación, en definitiva, nuestras condiciones de vida, las que malogran la vida.

Si aceptamos esta diagnosis social y al mismo tiempo dejamos de lado las propuestas de los ideólogos de lo que vos llamás muy oportunamente “neoviralismo”, es decir, del neoliberalismo en el plano sanitario, la pregunta que se impone es cómo garantizar la continuidad de la vida humana, qué hacer, en definitiva, para evitar su previsible final. Me animaría a decir que tu respuesta, o tu esbozo de respuesta, apunta en dos direcciones. Por un lado, apunta en una dirección eminentemente práctica o, mejor aún, práctico-política, en el sentido de que no hay ni habrá posibilidad de preservar la vida sin una transformación radical de las condiciones materiales que la hacen posible. Y por otro lado, pero al mismo tiempo, apunta en una dirección filosófica, ya que lo que hace vivir y sobrevivir al viviente humano es también, y quizás ante todo, el aliento, el soplo, el espíritu, o bien, lisa y llanamente, el sentido. En suma, tiendo a interpretar que para vos el porvenir de la humanidad depende tanto de la posibilidad de una revolución social, basada en la democracia, como de una revolución espiritual.

La pregunta que me gustaría hacerte, entonces, es la siguiente: ¿crees que un cambio del mundo y de nosotros mismos todavía es posible? Y, en el caso de que así lo creas, ¿qué experiencias y qué pensamientos pueden inspirar el cambio en esa doble dirección, a la vez política y filosófica?

Deja una respuesta