Mark Alizart, Criptocomunismo. Capítulo 12. La moneda viviente
En el mes de marzo publicamos Criptocomunismo de Mark Alizart y en las próximas semanas publicaremos su último libro, El golpe de Estado de climático, que continúa el trabajo iniciado ahí. En una entrevista reciente Alizart señala: “El golpe de Estado climático fue escrito como continuación de mi libro precedente, Criptocomunismo, donde me interesé por los vínculos existentes entre política y termodinámica desde la óptica de Marx. Poco a poco me vi obligado a profundizar en la relación entre ecología y socialismo –la termodinámica como ciencia que sirve también de base a la ecología–; y es a partir de esto que la actualidad de la ecología política se introdujo en mi reflexión. Sí, me interesa mucho Greta Thunberg, pero fue sobre todo un artículo publicado por Jean-Baptiste Fressoz en Libération titulado Bolsonaro, Trump, Duterte. ¿El ascenso de un carbo-fascismo? el que me puso en la senda del libro, en el sentido que dio una forma a mi intuición: el climato-escepticismo se tiene que comprender como un hecho político, no como una opinión”. Ofrecemos aquí el capítulo que cierra Criptocomunismo, donde esta “intuición” está ya claramente formulada, invitando por un lado a su lectura, y esperando la próxima entrega.
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Criptocomunismo
Capítulo 12
La moneda viviente
[traducción de Manuela Valdivia]
“Un fantasma recorre Europa” decía Marx. Hoy en día, desgraciadamente, es el fantasma del fascismo. Mientras que el capitalismo acaba su último ciclo de crecimiento iniciado luego de la Segunda Guerra Mundial, que el PIB se estanca y que los beneficios amenazan con caer, los partidos púdicamente llamados “populistas” se propusieron repetir la jugada que les resultó exitosa en los años 1930: instrumentalizar al “proletariado harapiento” para seguir haciendo dinero con el desmantelamiento mismo del mundo.
Trotsky describió el fascismo como una mutación del capitalismo que se produce cuando alcanza un límite en su reproducción. Este límite puede presentarse de dos formas: en período de crecimiento, es engendrado por las exigencias de la clase media que reclama participar en los frutos del desarrollo, exigencias que se traducen en una baja de los márgenes de beneficio de la gran burguesía. En período de crisis, está relacionado con el hecho de que el aparato productivo alcanzó un estadio de sobreproducción cuya única salida es la liquidación de stocks. En ambos casos, si la gran burguesía quiere perpetuarse está obligada a romper su alianza natural con la pequeña burguesía y como es demasiado débil en términos numéricos para reinar sola, debe anudar una nueva alianza con aquellos que Marx y Engels llamaban la “pequeña burguesía desclasada” y con el “subproletariado” para poner a la clase media entre ambos. En eso estamos. No hay que equivocarse, “el colapso” que nos promete una nueva crisis financiera de gran amplitud asociada con una crisis ecológica mundial desde hace un tiempo forma parte del plan del capitalismo. De ahora en adelante algunos lo esperan, lo desean. Esperan poder sacar jugosos beneficios del caos que este colapso engendrará.
El milenarismo no es la obsesión menos importante del mundo de la Cripto. Frente a la forma extrema del “capitalismo del desastre” venidera los bitcoiners no están a la altura, digan lo que digan. Tienen que rendirse ante la evidencia: su dinero les será arrebatado con la punta del fusil y el fusil que habrán comprado para defenderse también, así como la casa autosuficiente, la huerta y el refugio atómico. Nadie estará en condiciones de luchar contra las milicias paramilitares mafiosas del Estado que, llegado el día, tomarán el control de las infraestructuras.
La única solución consiste en actuar hoy, antes de que sea demasiado tarde, recuperando aquello que hizo del marxismo el movimiento político más apasionante de su tiempo: su dimensión prometeica. Marx creyó que no había ningún límite para los desafíos que se le presentaban a la humanidad y que dotada del conocimiento de las leyes de la sociedad, de lo vivo, del universo, estaba llamada a hacer del mundo entero su casa y de la naturaleza una extensión de sí misma.
Esta dimensión de la acción política hoy en día es injuriada. Ni la naturaleza ni la sociedad están particularmente bien, algunos piensan que lo que el marxismo compartió de pretensión “totalizante”, por no decir “totalitaria”, con el fascismo y el capitalismo es la causa del desastre que nos aflige, de manera que habría que deconstruir con urgencia el concepto mismo de “dominio”, volver a ser humildes ante la naturaleza y sobre todo no tocar más a la Madre Tierra.
Sin embargo, la verdad es que ni la tierra ni la economía son “mágicas” y que hay algo tan profundamente reaccionario en creerlo como en profesar que no hay que perturbar la obra de la “mano invisible” de Adam Smith sobre los mercados. La tierra y la economía son sistemas disipativos sometidos a las leyes de la termodinámica. Si no fuera así, por lo demás, ni siquiera podríamos pensar un concepto como el de “ecología”, no habría ciencia del clima. La ecología y el socialismo, de hecho, tienen el mismo origen y por eso deben ser considerados como movimientos políticos gemelos. Juntos deben aspirar a dominar los ciclos termodinámicos. ¿Tienen otra opción, además? La población continúa creciendo y con ella el crecimiento económico, las necesidades, la basura. El Sur también pide legítimamente su trozo de progreso.
El único error de Marx –aunque se trata de un error muy grande, que tuvo consecuencias incalculables– es haber ignorado la complejidad de los ciclos termodinámicos, sobre todo el papel jugado allí por la información, ya lo hemos recordado. Nadie se aventuraría a decir que los dominamos a la perfección en la actualidad. Queda un infinito trabajo por hacer para comprenderlos totalmente y, en especial, para comprender paradójicamente que no los comprenderemos nunca por completo puesto que ponen en juego fenómenos caóticos y aleatorios. No obstante, los dominamos mejor que en la época de Marx. Gracias a la informática, justamente, sabemos que no es cierto que de ninguna manera se deba actuar sobre un ecosistema porque sería tan sensible a las condiciones iniciales que una pequeña desviación puede tener efectos inmensos sobre él (el “efecto mariposa”). En efecto, estos sistemas tienen otra particularidad: por el contrario, una vez que funcionan son muy poco sensibles a las acciones exteriores. Fluctúan alrededor de un “atractor extraño” (y felizmente, si no habríamos carbonizado la tierra desde hace mucho).
La idea de intervenir en las distancias entre el sistema y su atractor, por lo tanto, no tiene nada de fundamentalmente sacrílego. En economía, esta idea es alentada incluso y ampliamente practicada desde hace tiempo. Los bancos centrales temperan los ciclos de crecimiento o de depresión reforzando o aflojando su política de tasas de interés. Del mismo modo, nuestro cuerpo utiliza hormonas para regular los aportes de energía, hormonas que pueden ser sustituidas cuando llegan a faltar gracias a sustitutos químicos.
El hecho es que el dinero no solo interviene en los ciclos económicos. En un sentido amplio, lo encontramos en todos los ciclos termodinámicos, orgánicos en particular. En biología existe una “moneda energética” más conocida como ATP (adenosín trifosfato), comparable con el dinero. Es quien convierte y transporta la energía que resulta de la oxidación de la glucosa. Este ATP es un medio de pago universal entre todos los órganos de un mismo cuerpo e incluso entre todas las especies vivientes, animales y vegetales. Es el oro de la vida. Como el dinero, es fabricado en los bancos, las mitocondrias, que están protegidas como cofres por membranas y tienen una relativa independencia (su ADN es distinto). Como el dinero, cambia varias veces de forma para liberar su energía pero sin nunca dejar de circular. El dinero gastado siempre vuelve a la mitocondria, que lo recicla y lo vuelve a poner en circulación (el ATP se transforma en ADP al liberar su energía, ADP que se “recarga” como ATP). Finalmente, como en el caso del dinero, se necesita tanto ATP como el cuerpo necesite a cada instante. Acá, la insulina juega el papel de las tasas de interés. Regula la tasa de azúcar en la sangre a cada instante, inhibiendo o activando la formación de ATP. Si hay demasiado ATP, el resultado es la diabetes y la formación de grasa para almacenar el excedente. Si no hay suficiente, el resultado es el calambre. El ATP crece como el PIB en función de la actividad metabólica.
En este contexto, la finanza no juega necesariamente un rol nefasto. Muy por el contrario. También es un captor de entropía. Podríamos compararla con el páncreas que regula la insulina y el almacenamiento del azúcar. En primera instancia, sirve para premunirse contra el riesgo de que un cambio drástico prive al sistema dado del dinero (o de la glucosa) que se le debe. Un agricultor que compra una opción a fecha (future) sobre el precio del trigo se asegura de que si la cotización se desploma, de todas formas tendrá de qué vivir. Asimismo, puede existir una deuda buena. Si por una razón u otra, un organismo no está en condiciones de sintetizar bastante energía para un esfuerzo inmediato que tiene que hacer (una inversión), puede pedírsela prestada a otro, quien le prestará tomando en cuenta los intereses, que cubren el riesgo que corre de que le falte energía. Mientras no haya necesidad de volver a endeudarse para pagar los intereses de la deuda, todo está bien. Tampoco es un problema que la finanza sea muy compleja y que sus operaciones se desarrollen a velocidades atómicas. Después de todo, no hay ninguna razón para que la termodinámica de las sociedades sea menos compleja o menos rápida que la de los organismos.
Solo hay que asegurarse de que la actividad y el dinero no se separen nunca. Podemos imaginarnos, por ejemplo, que las mitocondrias hacen un golpe de Estado. Deciden que el ATP debe servir para su propio crecimiento y no para el del cuerpo. Es lo que sucede cuando los bancos dejan de apoyar la inversión pero especulan por su propia cuenta. O bien, podemos imaginar que el ATP que producen las mitocondrias sea cada vez energéticamente más mediocre, que no contenga energía alguna incluso (como la falsa moneda), de modo que siempre sea necesario que haya más en circulación, hasta saturar el sistema sanguíneo, que se vuelve incapaz de transportar algo distinto, como oxígeno o nutrientes. Es el equivalente a la inflación.
Las criptomonedas permiten ajustar de la mejor manera la relación entre dinero y actividad al servir de conversor entre información y energía. Ellas pertenecen, en un sentido, a una etapa esencial de la evolución de nuestra especie, del mismo modo que la agricultura o la ganadería nos permitieron dominar el ciclo de la reproducción natural en la época del neolítico. Son nada menos que la clave de nuestro porvenir. Bitcoin no es solamente una moneda ni tampoco un regulador de la termodinámica social, es la moneda de la vida, es la “moneda viviente”.
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